La flor que se encuentra, sobre la piedra gris donde habitas, se marchita lentamente.
Aquella flor, que te dejé en la distancia, no la importa perder su color, mientras guarde tu sueño eterno, y allí se quedará hasta fundirse con la piedra, protegiéndola de cualquier intruso con sus pequeñas espinas.
Y en días como hoy, es cuando más hace falta un abrazo, una sonrisa, una caricia... y la sabiduría del abuelo que te quiere y te protege.
Tres años después, se nota tanto tu falta, como si te hubieses ido ayer.
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