...espera sentada en la roca a su querido marinero, que en su bello barco ha partido sin rumbo fijo, mientras ella con los ojos bañados en pequeñas lágrimas dulces, decide sufrir esta agria espera.
Pasan los años, y la sirena pacientemente, sin quitarle un ojo al horizonte, sigue esperando el regreso de su amado. Su bella juventud poco a poco se va perdiendo y diluyéndose en el mar, ese mar que la extraña, ese mar que necesita oír su voz de caramelo, que endulza hasta el más descortés de los tiburones...
Y cada noche de luna llena, el mar la susurra al oído: mi pequeña ¿por qué no regresas a tu hogar? Olvida a ese marinero que sola te dejó para nunca más volver... Pero ella, de quien solo queda sus mejillas sonrosadas, entre canas y arrugas, sigue mirando al horizonte, con la esperanza de ver por última vez a su joven marinero.
Una noche, de viento y tormenta se ve aparecer un barco fantasma, que se dirige viento en popa a toda vela, hacia la roca de la sirena. Y en el mástil, se puede ver colgado un marinero con el pecho agujerado y, mirando de forma impaciente, divisa en la roca inmortal, la silueta de su amada. Se lanza al mar y a nado llega a ella, un fantasma joven con ganas de amar. Ella lo mira, y por un segundo no lo reconoce, el paso de los años, ha ajado su recuerdo. Él consciente de ello, la besa dulcemente en los labios y se disculpa: perdóname mi amor, con tiempos de guerra me topé y de 7 vidas eternas regresé. ¿Vienes conmigo, dulce sirena, hacia un camino inimaginablemente bello, que envidiará tu belleza sólo con intuir tu llegada?
Y la sirena, con una tímida sonrisa en los labios, agarra su mano y juntos se embarcan en un último viaje, guiados por la luz de la luna, testigo silencioso de su eterno amor.
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