Quedan atrás los días en los que cientos de millones de personas seguían por televisión uno de los primeros �realitys� de no ficción de la historia, la extracción de 33 mineros del fondo de una mina a casi 700 metros de profundidad. Los héroes de Atacama se convirtieron entonces en estrellas mediáticas tanto dentro como fuera de Chile.
Seis meses después la dura realidad deprime a estos, la mayoría, ex extractores de mineral. Los que peor lo llevan son los que continúan habitando en las inmediaciones de la mina. Casi todos viven en la misma casa que antes del accidente en la Mina San José, aunque algunos pudieron cambiarse de casa, pese a que las cuentas del día a día les ahoguen.
Problemas de sueño
Es el caso de Carlos Mamani, el único extranjero que fue rescatado aquellos míticos 12 y 13 de octubre de 2010. El boliviano vivía entonces junto a su pareja Verónica Quispe y su pequeña hija, Emely, en la antigua población Juan Pablo II, a las afueras de Copiapó. Cuatro tablas y un tejado de uralita hacían de dulce hogar. Con electricidad de procedencia incierta y con el agua justa, la familia Mamani pasaba las frías noches desérticas en una toma, al igual que millones de chilenos a lo largo y ancho del país.
Después de la odisea minera y con algún fondo más, los Mamani pudieron trasladarse a la Calle Río Potro, en el humilde sector Valle de Los Ríos. El boliviano sigue sin conceder entrevistas, a no ser que se las paguen bien, sin embargo sigue preguntándose por qué los medios de comunicación no lo trataron como al resto de mineros rescatados. ELMUNDO.es tuvo acceso hace unos días a su nueva casa, con ayuda del Francisco Huerta, secretario de prensa del ayuntamiento de Copiapó durante el rescate.
�Todavía estoy un poco cansado y tengo pesadillas, así que tomo pastillas para dormir�, manifestó Carlos. "Estoy sin trabajo, me dieron de alta en febrero y estoy sin remuneración. No he buscado �pega� porque no sé bien en qué voy a trabajar. Por el momento no voy a comentar nada, porque a veces me interpretan mal", añadía el boliviano
Mientras la conversación se desarrollaba un hombre se acercó hasta la casa en una furgoneta y le ofreció trabajo a Mamani como conductor de maquinaria pesada en un yacimiento subterráneo de Mina Carola, un yacimiento cuprífero de la zona. El sueldo del rescatado sería de 500.000 pesos mensuales, unos 1.000 dólares, más de tres veces el sueldo mínimo chileno. �Yo ya no quiero nada en una mina subterránea, nunca más�, explicaba Mamani.
Un negro futuro
Los trastornos psicológicos son los causantes de que muchos de los mineros de Atacama no consigan trabajo en la actualidad. Yonni Barrios, que actualmente tiene un almacén junto a su esposa elegida (hay que recordar que a la mina llegaron dos mujeres), está preocupado por la situación de sus compañeros.
"Hay cerca de 18 personas con alta, por eso no les están pagando la licencia. Hay algunos que han ido a buscar trabajo y les dicen que no les pueden dar hasta que cumplan un año desde que salieron de la mina. Por eso no están percibiendo ningún ingreso. ¿De qué van a vivir?", dijo Barrios a �El Diario de Atacama�.
Claudio Yánez, otro de los mineros, lleva sin trabajo desde el rescate. Cree que no lo contratan porque su salud mental está afectada: "Hay varias empresas que no quieren contratarnos por la situación psicológica. Tenemos secuelas. Yo estoy desde alta desde enero y de ahí estoy sin sueldo, viviendo de parte del finiquito, me dieron como 90.000 pesos (180 dólares) y más encima no tenemos ningún sistema de previsión de salud", dice el minero.
Darío Segovia, hermano de María, a quien el mundo conocía como la alcaldesa del Campamento Esperanza, indicó al diario atacameño que:"En este momento no tengo �pega�. Estoy como vendedor ambulante. Estuve en tratamiento unos meses. No tenemos salud, ni imposiciones. A nosotros nos ofrecieron una pensión vitalicia yo ya tengo 50 años, es muy difícil que me den �pega� (trabajo).
Jorge Galleguillos, el undécimo en salir en la cápsula Fénix II, tampoco lo está pasando bien: "Estamos mal, cesantes. Estoy de alta, yo creo que nos dieron de alta para no pagarnos el subsidio. A lo mejor estábamos saliendo muy caros. Creo que la mayoría estamos mal sicológicamente, no me hallo estar encerrado, me ahogo�.
Los casos se repiten. Darío Segovia es hoy un vendedor ambulante que comercia con sandías. Alex Vega no trabaja desde el rescate. Y Jimmy Sánchez, el más joven de los 33, con 19 años, no sabe cuál será su incierto futuro. Parafraseando un conocido refrán: Tras la tormenta mediática, viene la calma. Una calma que se veía venir hace tiempo y de la que unos sacaron más provecho que otros.
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